El verdadero cambio no es lento, ni sutil ni silencioso. El verdadero cambio es difícil, es incómodo. Te hunde en lo más profundo de la nada. Tomar consciencia de ese cambio es tan frustrante que hace que tu mente y cuerpo se paralicen. Se siente como aquel día que fuiste con tu mamá al mercado y estabas emocionado viendo la góndola de dulces, y de repente, miraste al costado y ella ya no estaba. Te perdiste. Como si te perdieras de aquello que te daba seguridad y protección, de aquello que te permitía seguir respirando. Y no conocés nada más. Comienzas a sentir un nudo en el pecho. La buscás desesperado entre la gente, mientras ese nudo presiona cada vez más fuerte como si cada segundo que estás sin ella es un segundo más que te lleva a la muerte. Y quieres sobrevivir, por eso corres creyendo verla a lo lejos. Pero no. Y el sentimiento de desprotección es tan grande que no te cabe en el pecho y te ahogas en un profundo llanto.
Es que cambiar implica primero dejarte atravesar por la muerte de la historia que conocías hasta ese momento. Es estar en frente de todo eso que tu mente reconoce como lo correcto, pero que sabés que te está matando por dentro. No es simplemente soltar las cargas y dejarte despeinar por lo que te depare la vida de manera romántica. ¡No! Produce un miedo terrible porque el mundo tal y como lo concebías se desvanece como si estuvieras parado sobre tierra seca que comienza a resquebrajarse debajo de tus pies y no hay agarraderas. O como una ola de tsunami que viene a arrasar todo y aunque quieras correr con todas tu fuerzas para salvarte, no puedes hacer otra cosa que dejar que te lleve puesto.
Sin embargo, hay una pequeña partecita tuya dentro tu corazón que sabe que no tiene caso resistirse, pero tu instinto de supervivencia sigue dando pelea. Y quieres con todas tus fuerzas volver a ese momento del tiempo en el que comenzaste a sentir ese susurro en el oído que te decía que algo no andaba bien, pero intentabas taparlo como sea porque, al menos, conocías el mapa de ruta de cómo seguir. Y sabías que perderlo iba a ser duro, como lo está siendo ahora. Y piensas que podrías haberlo hecho mejor. Y te culpas por no haberte dado cuenta antes de esto o aquello. Y tanta resistencia te parte la cabeza. El cuerpo empieza a hervir su sangre. El agotamiento es tal que te dejas caer. entiendes que aunque quieras, ya no hay vuelta atrás.
Es tiempo de reinventarte como sea y como puedas. No hay mapa y ya ni siquiera hay ruta, porque te toca inventarla vos. Pero al menos, ya tampoco existe ese ruidito molesto en el oído porque finalmente escuchaste y entendiste que vos sos mucho más que cualquier cosa que te haya tocado atravesar.
Y dejas de castigarte. Y comprendes que una vez abajo, lo único que queda es subir…